miércoles, 31 de marzo de 2010

LETRA EN LA PIEL




“Si los escritores tienen algo en común, más allá de las evidentes diferencias en forma y contenido, es la soledad que se experimenta en el momento de empezar a escribir. De otro modo, digo, es imposible la labor de la escritura. Sea que una muchedumbre esté alrededor del escritor, éste es el especialista de la introspección, del alejarse de la realidad para supuestamente “encontrarse consigo mismo” y plasmar en palabras aquello que lo aqueja o que le gusta. Puede ser, claro está, que quien se dedica a escribir tome atenta nota de lo que pasa en su entorno para así buscar pistas que le ayuden a descifrar los laberintos de su escrito. Pero una vez que se han tomado los elementos necesarios, el escritor vuelve sobre sí para seguir en su obra aparentemente creadora. Por esa razón, el escritor es el hombre más solitario del mundo. También, por ello mismo, el más egocéntrico. Porque es meritorio del hombre social ser arrogante, pues debe enfrentarse ante los otros para proyectar una imagen que supere la de ellos. Sin embargo, no es digno de aplauso aquel que se llena de orgullo sin proyectarse más que sobre sí mismo, es fácil tener una alta autoestima cuando se es solitario. Del mismo modo, entonces, ya que es digno de aplauso el arrogante hombre social, debería ser digno de aplauso el escritor altruista y preocupado por lo que pasa fuera de su mente. Y esto debido a que, aunque muchos dicen preocuparles la realidad exterior, la crisis social o el medio ambiente, la justificación ulterior de la labor de quien escribe no es más que la satisfacción de lo que por definición es insatisfecho, esto es, uno mismo. Por eso al escritor le gustan los aplausos y alabanzas que posteriormente hacen de sus obras. No porque le importe impactar en la mente de otras personas, sino más bien porque esas alabanzas sólo son el medio para evadir la soledad. El escritor es paradójico: busca la soledad para escribir, pero escribe para posteriormente salir de la soledad. ¿Es esto un círculo vicioso? ¡No! Lo que rompe el círculo es aquello que por definición es insatisfecho: yo. El escritor es, por tanto, un resentido que sale y entra a la soledad en la medida en que su ego lo demanda.”

Una vez Soledad terminó de escribir, se levantó de su escritorio y asomó su rostro por la ventana, para burlar la verdad que hace pocos segundos y sin intención había descubierto. Pero al advertir que el paisaje que contemplaba, lo admiraba sólo como un recurso que posteriormente le serviría para escribir, aceptó, por fin, que era una persona solitaria y que sus padres la habían condenado para siempre incluso con su nombre. No por voluntad, sino por la maldición que había arrojado sobre sí y su descendencia el amante de su abuela, el padre Efrén. Suspiró como queriendo maldecir y sin dejar de mirar el paisaje se dijo a sí misma en voz baja:

-Dejaré ya esta mierda. Renuncio a ser escritora para salir de mi círculo vicioso. Siempre quise ser una puta. Así tendría amor de sobra, aunque fuese fingido y momentáneo.

Luego de unos minutos en los que intentó exitosamente no llorar, Soledad sacó de su mesa de noche el arma de su esposo. La puso lentamente en su boca. Dos segundos después, se oyó en aquel calmado barrio un espantoso grito mezclado con el sonido de la pólvora. Soledad no se había muerto ni había siquiera intentado suicidarse. Se disparó en la mano izquierda destrozándosela a balazos como inspiración para su siguiente novela, cuya escritura había sido pospuesta algunos meses.

3 comentarios:

Laura Isabel Bohórquez Solórzano dijo...

me encanta! no soy muy buena en la crítica... siempre me ha parecido que no lo soy... ni tampoco lo suficiente buena expresandome sobre mi propia literatura o incluso haciendola... pero este texto me encanta!

Anónimo dijo...

chévere!

Uriel Angel dijo...

Puta soledad que nos carcome con sus palabras no dichas y con esa parsimoniosa angustia de sabernos olvidados: ¿olvidados? ¡¿de quién diablos?! si es que en esta isla que llamamos mundo, ni nuestro inútil eco nos determina...