domingo, 1 de febrero de 2009

De cómo Parménides tenía razón II



Evangelina salió al solar de su rancho a las seis de la mañana, hora del segundo bombardeo. Con su paso lánguido y como de gusano, llevaba en sus manos las medias de su esposo para lavarlas, como de costumbre. Las medias viejas, grises y de áspera textura bien podían confundirse con el rostro de la anciana, el cual, debido a la cercanía de sus arrugas, parecía la estampa de una huella digital. En sus ojos sin brillo se reflejaba la nostalgia de un pasado que nunca fue, de un fututo inexorable y de una vida sin sentido.

Al restregar sobre el lavadero las medias, sus manos se ponían rojas como tomates, pero al verter agua sobre ellas, la sangre no llegaba hasta sus dedos, razón por la cual éstos se volvían duros y blancos. La vieja sonreía sin saber por qué. Sólo el camión de la cruz roja llamó su atención, cuando por el megáfono se anunciaba la muerte de ochenta y cinco personas, cuarenta y tres de ellos niños y nueve ancianos. –Conmigo serían diez- pensó.

En la casa del lado vivía don Aurelio y su hijo Leopoldo. Evangelina vio cómo Leopoldo, con apenas diez años y en medio de las balas, jugaba a la guerra. Con sus manos pequeñas simulaba un revólver y ponía cara de matón, tal y como los invasores que veía en las esquinas. Leopoldo, inocente a su edad, creía que su padre jugaba con él cuando le gritó: -Corre hijo, corre- antes de que lo asesinaran por la espalda. Leopoldo reía cuando vio correr la sangre de su padre por toda la cuadra hasta llegar a la alcantarilla. Se sintió orgulloso de Aurelio, su padre, pues creyó en ese momento que nadie jugaba mejor a la guerra que él.

Al ver tal escena, la anciana dejó de restregar las medias de su esposo y se dijo a sí misma: -Este pueblo es aburrido, nada cambia. Todo es igual. Además el sonido de las balas no deja que pueda concentrarme en lavar estas medias-. Evangelina siguió lavando las medias que parecían confundirse con ella, en medio del fuego, como de costumbre. Pero la guerra le había hecho olvidar que ella jamás tuvo esposo.