lunes, 21 de noviembre de 2011

Alelo 334, adelanto dramatúrgico de "Infidelidad 2"



Escena cuarta
“ALELO 334”


(Luz general. Samantha va a proscenio, con bata, muy sobria. Se dispone a dar una conferencia, su audiencia es el público).

SAMANTHA: ¿Es usted infiel? ¿Ha sido usted infiel? Señor, ¿es usted fiel? Señora ¿ha sido infiel alguna vez? ¿Usted ha sido infiel? ¿Le gusta ser infiel? ¿Disfruta ser infiel? Señor, ¿le gusta la infidelidad? ¿Quién ha sido infiel acá? ¿Podrían levantar la mano quienes han sido infieles, por favor? ¿Quién está siendo infiel en este momento? ¿Usted? ¿A alguien le incomoda ser infiel? (Pausa, piensa un poco) Mi esposo me dice “la bestia”… (Retoma la conferencia) ¿Le han reprochado ser infiel? (Continúa con tono académico) Hace un par de años, una investigación científica realizada con parejas heterosexuales reveló que la infidelidad era una cuestión genética. La culpa de la infidelidad es del alelo trescientos treinta y cuatro. Eh… señora ¿tiene usted el alelo trescientos treinta y cuatro? Señor, ¿le gusta tener el alelo trescientos treinta y cuatro? ¿Podrían levantar la mano aquellos que tienen el alelo trescientos treinta y cuatro, por favor? Aquellas personas con el alelo trescientos treinta y cuatro tienen tendencias promiscuas además de ser más hábiles para mentir que el resto de las personas... ¿Alguien es infiel acá? ... Parece que son buenos para mentir, eso quiere decir que son poseedores de ese alelo. Bueno, quiero decirles que ese estudió arrojó como resultado que tres de cada cinco personas están determinados genéticamente, es decir, tres de cada cinco personas de la población tienen tendencias biológicas y evolutivas para engañar a su pareja. Tres de cada cinco personas que me están escuchando tienen el alelo trescientos treinta y cuatro… Así es, (señalando al público uno por uno) Usted es infiel, usted también, usted no es fiel y usted y usted sí son buenas personas… usted es infiel, usted también, usted no es fiel, y usted y usted sí son buenas personas… podemos contar así hasta el final de la sala sin ningún inconveniente…  (Mira con sorpresa) ¿Qué? ¿Les da vergüenza? Tranquilos… eso tiene sus ventajas… Ahora las peleas entre parejas pueden ser como en el siguiente ejemplo…. ¡¡¡Cantalicio!!!

CANTALICIO: ¿Señora?

SAMANTHA: ¿Es usted infiel?

CANTALICIA: Ojalá pudiera señora…

SAMANTHA: ¡Cállese! ¡No le mienta a la audiencia! Sé perfectamente que usted se acuesta con muchas… y tal vez con muchos… ¡o al menos con pocos!

CANTALICIO: Pero no es culpa mía, la culpa es del alelo trescientos treinta y cuatro…

SAMANTHA: ¡Miente! Usted carece de ese alelo… (Cantalicio va a replicar, pero Samantha le hace retirar con una seña, la misma con los que todos los personajes lo hacen retirar. Cantalicio sale). Como se puede apreciar, es un hecho que, aunque la mayoría de nosotros estamos determinados para ser infieles, nos avergonzamos de ello. Esta actitud debe cambiar. Nuestra vergüenza se debe a que nuestra conducta la han reprochado moral y socialmente. Sin embargo, como la mayoría de las acciones humanas, el acto infiel está tan determinado como la caída de una piedra sin una fuerza de resistencia que la detenga. La vida humana está condenada a la relación de causa y efecto, así como cualquier entidad de la naturaleza. (Furiosa) ¡Así que no me culpen por adúltera! (Cae en cuenta de su error) Perdón, quiero decir que si estamos determinados a ser infieles, del mismo modo en que dos polos de la misma carga están determinados a repelerse, entonces es un error que reprochen, moral o socialmente, nuestra promiscuidad. (Emocionada) ¡Viva la promiscuidad! ¡Viva la poligamia! ¡Vivan los coitos pluralistas! (Cae en cuenta que está en un evento académico) Perdón. Lo que quiero decir es que la infidelidad no es mala como muchos creen, pues no está en nuestras manos el tomar la decisión de acostarnos con otro o con otra. Alguien podría decir que no importa en absoluto la existencia del alelo trescientos treinta y cuatro. Los actos de infidelidad nos indignan y eso es suficiente para que sean actos reprochables. Pero uno también se puede indignar cuando nuestra pareja se indigna porque le pusimos los cuernos. (Cambia el tono, tiene rabia) Me indigna cuando mi esposo me hace algún reclamo, no es mi culpa. Por favor, cuando les digan que ser infieles está mal respondan que no es culpa de ustedes, digan que todo es culpa del alelo trescientos treinta y cuatro, ustedes están libres de responsabilidad moral. (Retomando) Disculpen, volviendo a nuestro tema, tampoco es verdad que la infidelidad sea reprochable socialmente, ya que la infidelidad no pone en peligro nunca la estabilidad social. Por el contrario, podemos decir que la infidelidad es un rasgo evolutivo debido a que multiplica las posibilidades de reproducción y, por lo tanto, de supervivencia de la especie. Cuando les digan que ser infiel está mal, respondan, por favor, que están haciendo un uso inadecuado del lenguaje. En efecto, pocas personas saben hablar bien. Algunos amigos me dicen perra, yo les contesto: - No, no soy una perra, soy una doctora… aunque no lo crean son cosas distintas. Perdón, ¿alguien de los acá presentes es infiel? ¿Alguien tiene un alelo trescientos treinta y cuatro sin usar? Me urge, el mío ha sido inutilizado ya por mucho tiempo…. Hay que ser buenos usuarios del lenguaje, algunos amigos me dicen que soy una puta, yo les digo que no, no soy una puta, soy una psiquiatra. Ambas palabras se parecen porque comienzan con ‘p’, pero son cosas diferentes. No todas las perras son psiquiatras, aunque tal vez todas las psiquiatras si sean putas…. Perdón, tal vez todas las psiquiatras sean doctoras, y no todas las doctoras son perras; por lo tanto, no todas las psiquiatras son putas, aunque no parezca. El caso es que no usamos bien el lenguaje, a veces no manejamos bien la lengua. Mi esposo, por ejemplo, me dice “la bestia”… (Se entristece en extremo, llora, incluso grita y va de un lado al otro del escenario)  la bestia, la bestia, la bestia… mi esposo me dice la bestia… soy una bestia… no, no, no… no es mi culpa,… soy una bestia, pero no es mi culpa (mira al público, derrotada y avergonzada). Lo siento, sé perfectamente que un científico no puede mirar con lágrimas un microscopio. Sí, soy una bestia, pero no me juzguen, no es mi culpa. ¡¡¡Es culpa del alelo trescientos treinta y cuatro!!! ¡¡Mi esposo me dice la bestia!!! Pero esta muerto... muerto, muerto... y me lo sigue diciendo. ¿Cómo ser fiel a un cadáver? Los esqueletos no tienen esperma... ¡No es mi culpa!