sábado, 24 de enero de 2009

La Propuesta



Soledad y Samanta nunca pensaron que el comienzo del fin llegaría tan pronto. El día en que limaban sus uñas, se burlaban de los hombres y planeaban aquello que iba a hacer de sus vidas un infierno, Soledad y Samanta creían tener absoluto control sobre sus vidas.

Cantalicio, quien limpiaba el polvo o al menos fingía hacerlo, era el único que conocía el trágico destino que se empezaba a configurar ese día. Él mismo recordó ese momento días después, cuando a esa misma casa llegó el sonido de la última ambulancia.

Soledad, en su afán por experimentar nuevos sentimientos para poder transformarlos en letras y consignarlos en su novela que ya iba bien avanzada -y no porque le importara realmente- quiso saber si su esposo, Epifanio, le era infiel.

La cantidad de vino anidada en su cuerpo, fue lo único que pudo hacer que Samanta aceptara la propuesta de Soledad, esa propuesta que en sus mentes ambas calificaban como ridícula. A Samanta le causaba náuseas el psicoanálisis y, no obstante, iba a aplicar el arcaico e improductivo método de la hipnosis. Sólo ebria podía satisfacer los deseos de su amiga y también los propios, pues aun sin conocerlo, sabía que Epifanio podía darle lo que Astolfo ni siquiera le ofreció.