viernes, 22 de agosto de 2008

De cómo Parménides tenía razón...


En la sala. Hacía mucho frío. No tenía mucho trabajo. Decido tomar un tinto. Está igualmente frío. Lo acabo rápido. No había nada qué hacer. Ya estaba sentado en el sofá. Siete personas conmigo, entre las cuales ella. Tuve que escuchar. Nada cambia. Su postura... sus ansias de llamar la atención. Su excelente oratoria a la hora de desprestigiar a las mujeres para implícitamente hablar bien de ella misma. Su ego insatisfecho... igualmente insatisfecho. Ha pasado mucho tiempo. Nada cambia, nada fluye. Los mismo chistes, los mismos comentarios. Los mismo movimientos... qué aburrido. Tomo una papeleta de azúcar y me la echo a la boca. Otra papeleta, otra más. No sé cuantas tomé. ¿Lástima? Tal vez... sí, tal vez esa fue mi sensación. Pobre, detrás de su risa estridente debe haber la misma esquizofrenia de siempre. Las mismas ansias de estar en medio del mundo clamando piedad... a ese mundo que odia, porque todo él, es mejor que ella... también al verla sentí ganas de subir su falda y acostarme con ella... Nada cambia

domingo, 10 de agosto de 2008

algo en relación a lo más abstracto...




Si un hombre está solo, le es difícil encontrar a alguien. Pasa algo de manera tal que somos casi imperceptibles, carecemos de interés. Tratando de entender qué es lo que sucede, corrí a buscar la definición de "amor" (lo más abstracto). Según la Real Academia el amor es un "sentimiento intenso del ser humano que, partiendo de su propia insuficiencia, necesita y busca el encuentro y unión con otro ser". Nada mejor, creo, para aclarar lo que he dicho. Al estar solos somos "insuficientes", algo nos falta, estamos incompletos. Esa insuficiencia genera precisamente el hecho de que seamos imperceptibles. Esa necesidad de unión con otro ser es casi imposible de saciar y sólo se logra esto último en un golpe de suerte. Uno maravilloso, donde el encuentro con la mujer es perfecto. ¿Qué pasa después? Ya no somos insuficientes y por lo tanto ahora somos perceptibles. Tenemos el poder, tenemos aquello que puede saciar la necesidad de cualquier mujer... son ellas quienes nos buscan, pero no estamos solos. Hay personas sensatas, que tienen claro lo que quieren. Hay otros (como yo, o el niño de la foto) que simplemente no medimos alcances y aprovechamos tal poder, tal vez porque pocas veces se tiene. Eso pensaba al despertar y recordar a L..., la mujer más hermosa del lugar. Mientras M... estaba de viaje, quedé aparentemente solo, pero con una necesidad ya saciada, no era insuficiente. Juro que no quería ir al lugar. Fui por petición de un amigo, no más. Al entrar me sentí aburrido, quería irme. Pero L... estaba allí, mirándome fíjamente. Cruzamos las miradas varias veces y siempre la mantuvimos al menos algunos segundos. No lo resistía más. Era hermosa. Cada segundo sin hacer nada era un reproche que me hacía. Le indiqué desde lejos que si quería bailar conmigo. Corrió hacia mí. Bailamos. Fuimos a la barra, lejos de todo el mundo. Mi aspecto realmente no era el mejor, pues había ensayado toda la tarde y además estaba cansado. Sin embargo, era yo quien tenía el poder y ella quien necesitaba saciarse. L... me miraba con ternura, con amor. Eso me asustaba, pero disfrutaba cada segundo. Sus besos empezaron a ser más frecuentes, más cercanos. Afirmó que desde esa noche creía en el amor a primera vista. L... suspiraba con frecuencia, y no quería que la soltara ni un momento. Aún no se ha saciado por completo, ella quiere más. No me refiero necesariamente a sexo. Ella quiere estar segura, estable, sin tambalear. Ella también quiere tener el poder, aunque no sé si así funcione también en las mujeres. Me gusta, aunque ya tenía saciada mi necesidad, ya estaba al encuentro con M... ¿Qué haré? No sé hasta donde debo llegar, pero llamaré a L... y decidiré qué hacer.